«Has de saber -que Dios te confirme por un espíritu que proceda de Él- que, para las gentes de las realidades ocultas, aplicar a Dios la trascendencia es la esencia misma de la limitación y del condicionamiento. El concepto de trascendencia divina, cuando es profesado sin reservas, es producto de una ignorancia o de una inconveniencia. El creyente que pretende seguir las leyes reveladas, pero se atiene a la transcendencia divina y no ve nada más, da pruebas de inconveniencia y acusa de mentirosos a Dios y a Sus Enviados sin ser consciente de ello. Se imagina haber ganado, cuando en realidad ha perdido, y es semejante al que cree en una parte y no cree en la otra (…) Hay una manifestación de Dios en toda creación: Él es el Exterior en todo lo que es comprendido, y es el Interior que escapa a toda comprensión, salvo a la comprensión del que afirma que el mundo es Su Forma y Su Esencia.»
Ibn ‘Arabî, Los engarces de las sabidurías
De las alegorías.
Muchos se quejan de que las palabras de los sabios sean siempre alegorías, pero inaplicabes en la vida diaria, y esto es lo único que poseemos. Cuando el sabio dice: «Anda hacia allá», no quiere decir que uno deba pasar al otro lado, lo cual siempre sería posible si la meta del camino así lo justificase, sino que se refiere a un allá legendario, algo que nos es desconocido, que tampoco puede ser precisado por él con mayor exactitud y que, por tanto, de nada puede servirnos aquí. En realidad, todas esas alegorías sólo quieren significar que lo inasequible es inasequible, lo cual ya sabíamos. Pero aquello en que cotidianamente gastamos nuestras energías, son otras cosas.
A este propósito dijo alguien: «¿Por qué os defendéis? Si obedecierais a las alegorías, vosotros mismos os habríais convertido en tales, con lo que os hubierais liberado de la fatiga diaria.»
Otro dijo: «Apuesto a que eso también es una alegoría.»
Dijo el primero: «Has ganado.»
Dijo el segundo: «Pero por desgracia, sólo en lo de la alegoría.»
El primero dijo: «En verdad, no; en lo de la alegoría has perdido.»
Franz Kafka
7 comentarios
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abril 19, 2010 a 9:21 am
Máximo
Muy bueno Pola. Al leerlo recordé una frase del poeta Jacobo Fijman: ‘No hay nada más real y más evidente que Dios’.
Pero, podría agregarse, es justamente esa evidencia, esa inmediatez, la que lo vela para la mirada ordinaria…
abril 20, 2010 a 10:28 am
Pola
Querido Máximo,
también me pareció muy bueno el relato de Kafka y que expresaba en una forma pura a la vez que enigmática, esa idea que alguna vez me has recordado: alcanzar un modo de comprender es solidario de alcanzar cierto modo de ser. Convertirse en alegoría es entonces la clave. La llave.
Si el mundo es la «Forma de Dios», como dice el shaykh, el velo es pura epifanía y las cosas, lejos de tener que desvanecerse o retirarse, pueden mostrarnos su rostro verdadero, que no es otro que Su Rostro.
Más adelante en el capítulo de la obra de Ibn ‘Arabî de la que extraje el epígrafe, se encuentran estos versos geniales que me apetecía también compartir:
«Por la trascendencia, tú Lo condicionas
y por la inmanencia, Lo limitas.
Si profesas las dos estás en el buen camino;
eres un guía y un maestro de conocimientos espirituales.
El que habla de «dualidad» es un asociador,
el que habla de «uno» es un unificador.
Ten cuidado con la inmanencia si eres un segundo,
ten cuidado con la trascendencia si singularizas.
Tú no eres Él y, sin embargo, tú eres Él: lo ves
en el corazón de las cosas, libre y condicionado»
Abrazos!
abril 21, 2010 a 12:51 am
Máximo
Muy bueno, otra vez 🙂 Sí, concuerdo con eso: ‘Convertirse en alegoría es entonces la clave. La llave’ Y al respecto me parece que esa idea conlleva una ‘valorización’ (aunque no me gusta mucho esa palabra en este contexto) de la individualidad. No ilusión, entonces, como nos pretende hacer creer el idiotismo racionalista que trata a la individualidad como puro concepto, sino símbolo y analogía a partir de la cual nos es dado remontar más allá de nuestras propias limitaciones. Y en definitiva, pasado en limpio, para mí ese es el sentido, al menos una de sus dimensiones, de la famosa sentencia ‘Conócete a tí mismo’. Pues, ¿cómo podría eso llevarte a la verdad si ese ‘tí mismo’ fuera una pura ilusión? Y a la inversa ¿no es justamente en tanto símbolo que ese ‘tí mismo’ puede servir de soporte para el encuentro con lo Otro?
En fin, muy buenos tus posts y siempre interesante intercambiar palabras contigo Pola.
Abrazo
ml
abril 21, 2010 a 2:25 am
Sahaquiel
Querida Pola,
Me ha encantado tu post; ambos textos son magníficos. Hace un momento, leyendo una de las últimas epístolas del Areopagita, la IX, dirigida al Jerarca Tito, para ser más exacto, encontré un fragmento que me gustaría dejar aquí:
«¿Qué podría alguien decir en cuanto a las iras, las penas, los omnímodos juramentos, los cambios de opinión, las maldiciones, los rencores, las multiformes y ambiguas ingeniosidades por la falla de las promesas: la gigantomaquia en el Génesis, en la cual se dice que por miedo [Dios] conspira contra aquellos hombres poderosos que habían maquinado la edificación no para injuria de algunos otros sino para salvación de sí mismos; y el consejo aquel dispuesto en el cielo para dolo y engaño de Acab; y las múltiples pasiones materiales y propias de prostitutas, de los Cantares, y cuantas otras cosas hay de la plasmación de Dios que se atreve a todo, manifiestas como sagradas composiciones propuestas y multiplicadas de las cosas ocultas, y divisiones de lo unitario e indivisible y modeladoras y polimorfas de lo amorfo e inmodelado? Si de esto alguien pudiese ver la hermosura ocultada adentro, encontrará todo misterioso y deiforme y lleno de la mucha luz teológica. Pues no creamos que lo manifiesto de las composiciones ha sido plasmado por sí mismo, sino que ha propuesto la ciencia inexpresable e invisible para la mayoría, de modo tal que lo totalmente sagrado no sea fácilmente captable para los profanos, sino que es descubierto solamente a los legítimos enamorados de la divinidad, por estar dispuestos para toda la infantil imaginación de los sagrados símbolos y preparados para marchar, con simplicidad de mente y adecuación de potencia teorética, hacia la simple y supranatural y supracimentada verdad de los símbolos.
De otro modo es preciso inteligir también esto: que la tradición de los ‘teólogos’ es doble, por una parte la inexpresable y misteriosa, por otra la manifiesta y más reconocible; y la una, simbólica e iniciática, la otra filosófica y demostrativa; y lo inefable se entrelaza con lo decible. Y lo uno persuade y pide la verdad de lo dicho, lo otro actúa y cimienta en Dios con inenseñables conducciones místicas.»
Espero que disculpes la extensión de la cita.
Un abrazo muy fuerte, querida Pola.
Otro para Máximo.
V.
abril 21, 2010 a 8:25 am
miserere mei Domine
Estupendos textos y reflexión. Enhorabuena 🙂
Solo me atrevo a indicar que podemos dar un paso más: ser símbolo. Siendo símbolo vamos más allá de la representación de o significación de algo diferente a nosotros, diferente a nuestra propia naturaleza. Siendo símbolo, llegamos a encarnar la misma naturaleza de ese algo, que es sentido y objetivo de todo lo que existe.
Un saludo
abril 22, 2010 a 9:05 am
Pola
Querido V: me ha encantado este precioso fragmento del Areopagita (que para nada me pareció extenso!) y que lleva a comprender que el mundo, dispuesto al igual que los textos sagrados, posee un sentido inmediato y literal para la reflexión «filosófica y demostrativa» y otro simbólico y sagrado reservado a los «enamorados de la divinidad» dotados de la «infantil imaginación». «Y lo inefable se entrelaza con lo decible»… ¡qué maravillosa expresión! 🙂
Muchas gracias por compartirlo.
Un abrazo, muy, muy fuerte.
abril 22, 2010 a 9:05 am
Pola
Totalmente de acuerdo contigo, Máximo, y también contigo, miserere mei Domine, tienes razón: si hemos de ser exhaustivos no deberíamos decir alegoría, sino símbolo, como bien apuntas (el hacerlo así ha sido por seguir con la expresión utilizada por Kafka en su relato). «El símbolo garantiza la correspondencia entre dos universos que están en niveles ontológicos distintos», explicaba Corbin. Algo que queda fuera del alcance de la alegoría.
Si siguiendo el pensamiento de Ibn ‘Arabî entendemos la manifestación como suspiro de compadecimiento divino, como anhelo del Tesoro oculto, del Absoluto desconocido para liberar las potencialidades en Él latentes (los Nombres divinos que se manifiestan en los seres por la voluntad de Dios de ser conocido por ellos y a través de ellos), la existencia del mundo es un «desgarro», parte de una «escisión» originaria que es vivida como exilio por el ser humano, pues ambas partes aparecen aparentemente separadas, aunque cada ser completo posea una doble dimensión divina y mundana. En este sentido el fiel es «literalmente» un símbolo, pues en su origen la palabra symbolon hacía referencia a un objeto (una medalla, una moneda), que era dividido en dos partes cuyo propósito era volver a ser reunidas. Indicaba la existencia de un pacto entre dos y su destino era ser encajado de nuevo para, recomponiendo la totalidad original, dar prueba de ese pacto.
Entender (como comenta Máximo) al hombre como símbolo del Sí mismo, es reconocer la legitimidad y la existencia de ese pacto preeterno entre el fiel y su Señor. Y el anhelo profundo, el sentimento de vivir exiliados, es propiamente «el mensaje de respuesta», como decía Rumi, es «el a priori de nuestro ser», el anhelo divino manifestado y experimentado por los seres a quien ha traído al mundo o a través de los cuales se ha traído al mundo y el mundo ha sido hecho. Entender esto, comprender el alcance de un símbolo, es realizar la concidentia oppositorum que nos permite «la homologación del infinito con una forma finita, pues esa es la ley misma del ser» (Corbin), otra forma de decir lo que tan bien has expresado: «Siendo símbolo, llegamos a encarnar la misma naturaleza de ese algo, que es sentido y objetivo de todo lo que existe.»
Muchas gracias por vuestras palabras y un fuerte abrazo.