«El padre ama a todos los hijos de tal modo que ama a cada uno de ellos en particular, porque él es padre tanto de todos como de cada uno. Ama a cualquiera de los hijos de manera tal que cada hijo piensa que él es preferido a todos los demás.»


Nicolás de Cusa

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Si una tradición espiritual presenta en su organización una estructura típicamente jerárquica se debe -a pesar a los vanos argumentos que puedan esgrimir algunos prejuiciosos igualitaristas- a que la Jerarquía Terrestre es simbólicamente la manifestación, en el mundo sensible, de la Jerarquía Celestial. Y, como explica Dionisio Areopagita:

«el objetivo del sagrado gobierno es la asimilación a Dios, según sea accesible, y la unión de toda sagrada ciencia y actividad que tiene a Él como guía, [objetivo] que mira indeclinablemente hacia la divinísima buena apariencia de Él y que, según es posible, se configura a ella, y que perfecciona a sus miembros como divinas estatuas y espejos limpísimos y sin tacha, como receptores del principio de luz y del rayo ‘teárquico’ y que, por una parte, están sacramente colmados del brillo entregado, y, por otra, iluminan con éste inenvidiosamente lo que viene a continuación, de acuerdo con las ‘teárquicas’ normas’. (…) Ciertamente el que dice ‘sagrado gobierno’ devela en general algún sagrado ordenamiento, imagen de la ‘teárquica’ beldad, que en los órdenes y ciencias del sagrado gobierno opera sacramente los misterios de la propia luminosidad y que se asimila, según está permitido, al apropiado Principio; pues cada uno de los elegidos para el sagrado gobierno tiene la perfección de acuerdo con su propia proporción, para ser elevado a lo imitable de Dios y a lo más divino de todo, según afirman los Oráculos, ser ‘colaborador de Dios’ y recibir la divina actividad manifestada en uno mismo de acuerdo con lo posible»[1]

Por lo tanto, la Jerarquía Terrestre, cuando existe como tal, con sus diferentes rangos, representa la escala por la que es necesario ascender en la realización de los múltiples estados del Ser. Pero este ascenso no implica necesariamente que los fieles deban ocupar diferentes cargos y desempeñar funciones específicas dentro de la organización religiosa o iniciática a la que se encuentran vinculados. El gnóstico sabe que la verdadera Jerarquía es interna y que el camino debe recorrerse individualmente, pues aquel que lo sujeta y lo conduce hacia los Tronos Celestes, iluminándolo mientras es iluminado, es una invidualización teofánica, es decir, el Dios revelado, no en el nivel colectivo, «para todos», sino de manera individual, «un Único para un Único», con el que se establece la situación dialógica inicial; es el «límite» (hadd), el horizonte, el Señor al que debe conocer por el conocimiento de sí mismo, subordinado, a su vez, a un hadd inmediatamente superior, que es el Señor de su Señor, el Sí-mismo de su propio Sí, y así sucesivamente en el ascenso por una progresión jerárquica indefinida, que no es sino el proceso de «purificación, iluminación y perfección» de quien busca alcanzar la theosis por la creciente participación del Rayo Teárquico. De modo que, al final, la Liberación hacia la que está encaminado, el conocimiento del «rey de reyes y señor de todos los que señorean en el universo»[2], implicará una discontinuidad respecto del estado subordinado -y, por eso mismo, condicionado- en el que se encuentre, cualquiera que éste sea; es, entonces, un salto súbito, sintético, hacia un estado incondicionado, por encima de todo límite, que unifica en sí todos los grados de la Jerarquía Celeste.

Estas ideas también están presentes en las enseñanzas del médico cristiano Qostâ ibn Lûqâ (Constantino, hijo de Lucas, siglo X), originario de Baalbek, de ascendencia griega y cristiana melkita, es decir, ortodoxa, gran conocedor de las ciencias tradicionales, a quien se le atribuye el interesante texto que transcribimos a continuación [3]:

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‘Amalaq el Griego interrogó a su maestro, Qostâ ibn Lûqâ: «¿No me harás conocer a mi Dios (ma’bûdî) -le preguntó- de manera que sólo me acerque a él y no me refugie más que en él?» El Sabio le dijo: «¿Conoces a aquel que te hace conocerte (nafsaka, tu Anima) a ti mismo cuando eres inconsciente de ti mismo? ¿El que te da a conocer los beneficios y los daños que derivan para tu vida cuando no te preocupas por ello? ¿El que te da a conocer si te conformas a su ley, lo que alejará de ti el temor si éste te amenaza? ¿El que te libera de la tristeza, el que produce en ti algo cuya dulzura íntima gustas y cuya fuerza al mismo tiempo sientes y te hace independiente de todo lo que no es él? Si le conoces -añadió-, no puede ser de otra manera que como parte de ti. Es entonces, sí, cuando has encontrado a tu Dios (faqad wajadta rabba-ka); es entonces cuando eres un Verdadero creyente.» Y ‘Amalâq pregunta: «¡Oh fuente de la luz del Misterio» ¿Qué hay más hallá de mi Dios para que yo esté entre aquellos que han obtenido todo?» Y el Sabio le dice: «Más allá de él está aquel que es para él lo que él mismo es para ti, un Único para un Único (wâhid li-wâhid), y así sucesivamente hasta el Umbral de Aquel en quien están contenidos todos los Únicos dispuestos por debajo de él, aquel al que no puede alcanzar ningún sabio de su época ni las gentes de su tiempo, pero a quien necesitan todos los de su Aiôn (dahr). Aquél es el Señor de los Señores de este tiempo, un Defensor que tiene en la creación un rango que le permite pedir la asistencia de su elevado Señor y ser atendido por su protector invisible; a su vez, la invisibilidad de éste lo oculta a quien está debajo de él, su elevación le oculta en su altura; así sucesivamente, hasta el Único último, Señor del mundo inicial, el Espíritu Santo, aquel que es el Arcángel primordial y el Primer Existente, de quien procede el Comienzo y en quien desemboca la Realización. En cuanto a lo que está más allá de él, es Misterio sin nombre, gracia sin nombre.» Medita oh, hermano, las posturas de los sabios y los símbolos configurados por los que saben. Mantente fiel a las promesas y juramentos que se han recibido de ti. Mantén tu obediencia a los hodûd. Conoce tu hadd en la gnosis (haddoka’l-‘ilmî), entonces conocerás tu principio y tu fin (mabda’-oka wa manthâka) y conocerás a tu Imam, y llegarás al tawhîd de tu originador (mobdi’oka). ¡Que Dios te ayude a ello y te guíe! ¡Que te haga subir y te eleve a través de los grados de la Liberación! Gloria a él por habernos gratificado con el conocimiento de los hodûd por los que se epifaniza el Adorado. Que él nos confirme en la obediencia a sus Amigos, por los que el ser se epifaniza en el hierocosmos.

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[1] Dionisio Areopagita, «La jerarquía celestial.  La jerarquía eclesiástica.  La teología mística. Epístolas», ed. Losada, 1º ed., Buenos Aires, 2008.

[2] Nicolás de Cusa, «De Dios escondido. De la búsqueda de Dios», ed. Aguilar, 3º ed., Buenos Aires, 1977.

[3] Este relato se encuentra en: Henry Corbin, «Tiempo cíclico y Gnosis ismailí», ed. Biblioteca Nueva, 1º ed, Madrid, 2003

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Cristo rodeado por los ángeles músicos, Hans Memling, 1480