«Podemos contemplar a Dios no sólo fuera y dentro de nosotros mismos, sino también por encima de nosotros, a saber: fuera, por el vestigio; dentro, por la imagen; por encima de nosotros, mediante aquella luz que ‘va impresa en nosotros’ (Salmo, 4, 7) y que es la luz de la Verdad eterna, ya que nuestra mente es informada de modo inmediato por la misma Verdad.»

San Buenaventura

«¡Ahora pon atención! Qué maravilla estar fuera como dentro, comprender o ser comprendido, ver y al mismo tiempo ser visto, contener y ser contenido: ese es el final en el que el espíritu permanece en paz, en la unidad de la amada eternidad.»

«También he dicho muchas veces: quien quiera ver a Dios tiene que ser ciego. En segundo lugar: Dios es una luz que brilla en las tinieblas.»

«Dios nace dentro de nosotros cuando todas las potencias de nuestra alma, que antes estaban atadas y presas, llegan a ser desatadas y libres y se realiza en nuestro fuero íntimo un silencio desprovisto de toda intención y nuestra conciencia ya no nos recrimina; entonces el Padre engendra en nosotros al Hijo. Cuando esto sucede, debemos preservarnos desnudos y libres de todas las imágenes y formas, tal como es Dios, y debemos aceptarnos desnudos, sin semejanza, como Dios es desnudo y libre en Él mismo. Cuando el Padre engendra en nosotros a su Hijo, conocemos al Padre junto con el Hijo, y en los dos, al Espíritu Santo y el espejo de la Santa Trinidad y en él todas las cosas, como son pura nada en Dios… Ahí no existen ni número ni cantidad.»

Maestro Eckhart

«Acerca de las visiones místicas te diré, amigo, que si a ellas quieres llegar por el camino mejor, prescindas de toda operación de los sentidos o del entendimiento, de lo sensible y de lo invisible, del no ser y del ser; y en la medida de lo posible, con el mayor abandono de ti mismo sumérgete en unidad con aquel que está sobre toda esencia y sobre toda ciencia. Pues saliendo de ti mismo y de todas las cosas, así, despojado de ti y de todas ellas por inmensurable y extático desbordamiento de tu mente, te elevarás por encima de todo ser hasta el fúlgido rayo de las divinas tinieblas.»

Dionisio Areopagita

«Como el aire que respiramos, la Presencia divina nos rodea y nos penetra, es distinta de nosotros, pero nunca separada de nosotros. Podemos sentirla atrayéndonos desde nuestro interior, como si tocara nuestro espíritu y lo abrazara; llevándonos más allá de nosotros mismos en la percepción pura.»

«Es como volver al hogar, al lugar que nunca deberíamos haber dejado, a la perfección que en cierto modo estuvo allí siempre, pero que no reconocimos. No puedo forzar ni producir esta percepción. Una puerta abierta dentro mío, pero del otro lado. Pareciera que gusté antes la dulzura misteriosa de esta Presencia envolvente, penetrante. Es plenitud y vacío a la vez.»

Thomas Keating

«Ahora bien, lo que no es limitado escapa naturalmente al alcance de la inteligencia. De ese modo, todo el deseo de lo Bello que arrastra a esa ascensión, no cesa jamás de tenderse a medida que avanza en el camino hacia lo Bello. Y eso es realmente ver a Dios; no encontrar jamás saciedad al deseo. Pero es necesario, siempre vueltos hacia Él, estar encendidos por el deseo de ver más lo que ya es posible ver. Y así ningún límite podrá interrumpir el progreso de la ascensión hacia Dios, porque, por un lado, lo Bello no tiene cota y, por el otro, el crecimiento del deseo tendido hacia Él no podrá ser detenido por ninguna saciedad.»

«Date cuenta de lo mucho que te honra el Creador, más que a cualquier otra criatura. No fueron hechos a imagen de Dios ni el cielo, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de los astros, ni cosa alguna de cuanto vemos en el mundo. Sólo tú eres imagen de la naturaleza que sobrepasa toda inteligencia. Eres semejante a la hermosura en que nada hay perecedero. Eres relevante figura de la luz verdadera. Al mirarla, en ella se transforma, imitas a aquel que resplandece en ti, su luz se refleja en tu pureza. De todo cuanto existe nada hay tan grande que iguale tu grandeza. Con la palma de su mano Dios sostiene todo el cielo; el cielo y la tierra están metidos en su puño. Sin embargo, el que así es tan grande, el que con su mano contiene el universo, con toda su plenitud se encierra en ti. En ti habita. No cabe en abismos inmensos pero se encierra en tu naturaleza como él dijo: ‘Estableceré mi morada y pasearé en medio de vosotros.»

Gregorio de Nisa

«Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí le es a ella de tan subido, delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa acerca de esta comunicación en el alma no se pude hablar; porque el alma unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en sí mismo a ella.»

San Juan de la Cruz

«El espíritu que se vuelve hacia Dios suspende todos los conceptos y ve entonces a Dios sin imagen y sin forma; y en la incognoscibilidad suprema, en la gloria inaccesible, Él ilumina su mirada. No comprende -pues su objeto es incomprensible- y sin embargo conoce, en verdad, a Aquél que es, en esencia, el único que posee aquello que sobrepasa al ser. En la desbordante beatitud que brota de este conocimiento alimenta su amor y conoce así un reposo bienaventurado y sin límites. Tales son los caracteres del verdadero recuerdo de Dios.»

Teolepto de Filadelfia

«El premio esencial consiste en la unión perfecta del alma con Dios, en cuanto se disfruta perfectamente de él, amado y visto sin menoscabo. El deseo infinito del alma nunca se saciará plenamente si no es sumergido en el abismo de la Divinidad; de este modo es bienaventurada en la fruición perfecta de la Trinidad suma y de la Unidad. Y cuanto más perfectamente abandonare ahora las cosas temporales, tanto más libremente se alzará a la contemplación de las espirituales. Cuanto más se mancipare ahora a los actos espirituales, tanto más felizmente se absorberá en el abismo de la claridad divina, se hará una sola cosa con él, de modo que aquello que Dios es por naturaleza, ella lo será por gracia.»

«Abre los ojos de la mente y ve lo que eres, donde estás y a dónde tiendes: entonces podrás tener razón de todas estas cosas. Tú eres espejo de la divinidad, porque en ti reluce Dios más que en las otras criaturas; imagen de la Trinidad, pues en ti resplandece su imagen; ejemplar de la eternidad, porque gozas de incorruptibilidad inviolable. Y como yo en mi esencia soy infinito, así el deseo de tu alma es como un abismo interminable, para llenar el cual no bastarían todos los goces del mundo, así como una gota no puede llenar el océano.»

Suso

«Es a este abismo de luz resplandeciente, tan infinitamente brillante que es pura oscuridad para nuestra inteligencia, que el místico ingresa, no sólo con sus ojos, su imaginación y su mente, sino con toda su alma y sustancia a fin de ser transformado como un lingote de hierro en el blanco calor de un horno. El hierro se convierte en fuego. El místico es «transformado» en Dios.»

«Pero aquí está Dios. Él es la Tierra Prometida. Nada se pierde en Él. El mundo entero brilla en Su seno. Criaturas de toda especie emergen sin fin desde el fulgurante abismo de Su Sabiduría. El alma misma se ve en Él, y a Él en sí misma, y en ambos, el mundo entero. Ve todas las cosas, a todos los hombres vivos y muertos, a las grandes almas y las pequeñas almas, a los santos, a la gloriosa Madre de Dios, y se unifica con todos ellos porque todos son Uno, y Cristo, Dios, es este Uno. Él es la Tierra Prometida, Él es el Verbo, Él es el Amado.»

Thomas Merton

«¡Oh amor casto y santo! ¡Oh dulcísimo y suavísimo afecto! ¡Oh intención pura y desinteresada de la voluntad! ¡Tanto más pura y desinteresada aparece, cuanto menos mezclada va de todo interés propio; tanto más dulce y suave, cuanto que es  del todo divino lo que se siente! Amar así es estar endiosado. Así como la gotita de agua caída en el vino pierde su ser, adquiriendo el color y gusto del vino; y así como el hierro candente y llameante parece perder en la fragua su naturaleza y trocarse en vivo fuego, y, en fin, así como el aire, embestido por los rayos del sol, se trueca en luz y, más que iluminarse, parece despedir radiantes claridades, así también en las almas de los santos parecen por arte inefable fundirse todos los afectos humanos con la única voluntad de Dios. Mas si todavía quedase algo del hombre en el hombre, ¿cómo podría decirse que Dios lo es todo en todas sus cosas? La sustancia de nuestra humana naturaleza durará y no se disolverá; pero otra será su forma, otra su gloria, otro su poder y virtud.»

San Bernardo de Claraval

«Creo que debe ser entendido de cuantos habrán de participar de la beatitud eterna, lo que se escribió sólo de Melquisedec: que careció de padre y de madre y que ningún principio tuvieron sus días por generación en la esencia, ni final de sus tiempos. Ciertamente carecerán de todo límite local y temporal todos los que retornen a sus razones eternas, que no tienen inicio de tiempo por generación en el lugar y el tiempo, ni final por resolución, ni están circunscritos por ninguna posición local; de esta manera radicarán sólo en ellas y en ninguna otra cosa. Y se adherirán a la Causa de todas las cosas, que carece de toda circunscripción por ser infinita, como infinitos en el infinito y, por lo tanto, sólo Dios aparecerá en ellos cuando trasciendan los límites de su naturaleza. No ciertamente porque perezca en ellos su naturaleza, sino porque en ellos sólo aparecerá lo único que verdaderamente es, que en esto consiste trascender la naturaleza: en no aparecer la naturaleza, tal como acontece con el aire (…) que, lleno de luz, no es visible porque sólo la luz reina.»

Juan Escoto Eriúgena
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“Cada vez que el espíritu, con todo lo que él tiene, se sumerge plenamente en este fondo, para levantarse a lo más íntimo de Dios, será recreado y renovado. Dios inunda y sobreinforma entonces el espíritu, tanto más cuanto que éste, con mayor fidelidad y pureza haya seguido el camino, teniendo en Dios exclusivamente la intención. Dios se expande en él como el sol se difunde por el aire. La luz se extiende y penetra hasta tal punto que no hay quien perciba y discierna dónde una termina y sigue el otro. ¿Quién, pues, podrá establecer separación en esta sobrenatural, divina unión en unidad, donde el espíritu es atraído y absorbido en el abismo del principio? Si alguien pudiese ver el espíritu en tal estado, divinizado, creería sin duda alguna haber visto al mismo Dios.”

“En esta continua renovación y conversión, el espíritu se eleva en todo tiempo por encima de sí mismo, como jamás águila alguna haya volado a encontrarse con el sol. Se levanta hasta el cielo, como el fuego jamás lo ha conseguido. Es entonces cuando el espíritu se lanza a las tinieblas divinas, según advierte Job: «A un hombre cuyo camino está cerrado y a quien Dios por todas partes ha cercado» (Job 3, 23). Se arroja, pues, el espíritu a las tinieblas de lo divino desconocido, allí donde está Dios, por encima de todo lo que se le puede atribuir, sin nombre, sin forma, sin representación. Por encima de todos los seres limitados, de todas las esencias. Estas, mis amigos, son las verdaderas conversiones.”

Johannes Tauler

«Quien tiene dentro de sí la luz del Santísimo Espíritu, al no soportar su visión, cae con el rostro a tierra, grita y se desgañita con gran estupor y temor, como quien ve y padece un fenómeno que va más allá de la naturaleza, la razón y el pensamiento. Éste se vuelve semejante a un hombre con las entrañas encendidas por el fuego; inflamado por él y no pudiendo soportar el calor de la llama, está como fuera de sí y no puede contenerse, sino que, inundado perennemente de lágrimas y por ellas refrescado, enciende aún más el fuego del deseo. Luego, derrama lágrimas aún más abundantes y, lavándose con ellas, brilla con mayor esplendor. Pero, cuando, ardido totalmente, se vuelve como luz, entonces se cumple lo que está dicho: Dios está unido a dioses y es conocido por ellos; tanto quizás como ya se ha unido a aquellos que están unidos a Él y cuanto se ha revelado a los que lo han conocido.»

«Mientras me rindo a los pies de quien me ha iluminado
-¡mira bien lo que voy a decir!-,
el que me ha iluminado toca con sus manos
mis ataduras y mis heridas,
y allí donde su mano toca
o donde se acerca con su dedo
al punto las ataduras se desatan
y las heridas desaparecen.
Purificado de inmediato
y libre de las ataduras,
me tiende entonces una mano divina,
me levanta del fango,
todo él me abraza,
se lanza a mi cuello
y me cubre de besos.
Y a mí que estoy del todo desfallecido
y que he perdido mis fuerzas,
me toma sobre sus hombros
y me muestra otras cosas
que se hallan en la luz.
Él me da a contemplar
la asombrosa restauración
mediante la que me ha reedificado.
Me ha apartado de la corrupción,
me ha regalado
una vida inmortal,
me ha revestido con una túnica
inmaterial y luminosa
e igualmente unas sandalias
y un anillo y una corona
incorruptibles y eternos.
Y después se ha marchado.
Así pues, atrapado y solo,
no quedé satisfecho con todo lo que he dicho
que me había regalado,
esos bienes inefables,
pues por completo me ha renovado,
por completo me ha inmortalizado,
por completo me ha divinizado
y en Cristo me ha realizado.
Mas su privación
ha provocado el olvido de todos
esos bienes que he mencionado.
Pues yo buscaba a Aquél,
Aquél al que añoraba,
al que adoraba y por cuya espléndida
belleza fui seducido,
inflamado, abrasado
por completo calcinado.
Así pues, mientras yo vivía de este modo
y lloraba de este modo
y gritaba de dolor,
Él ha prestado oído a mis lamentos
y desde una altura incomparable
se ha asomado y me ha mirado,
se ha apiadado y de nuevo
me ha juzgado digno de contemplar
lo que es invisible a todos,
en tanto que al hombre le es dado ver.
Y me quedé admirado, fuera de mí,
lleno de temor y de gozo.
Lo he visto nuevamente dentro
de mi casa;
allí estaba súbitamente todo entero
y unificado de forma inefable,
de manera indecible anudado
y trabado conmigo sin trabarse,
como el fuego al hierro
y la luz al cristal.
Me ha hecho como fuego,
como luz me ha presentado.
Convertido en uno, yo y Aquel
al que me he unido,
¿qué nombre me voy a dar?
Soy hombre por naturaleza,
pero por gracia soy Dios.
Pues purificado por el arrepentimiento
y las corrientes de lágrimas
que de un cuerpo divinizado
participan, como si de Dios se tratase,
también yo me convierto en Dios
en una unión inexplicable.
¡Observa este misterio!
Ciertamente el alma y el cuerpo,
que participan de Cristo
y de su sangre beben,
y se hacen Dios a través de esta participación,
son llamados con el mismo nombre,
con el nombre de aquel
de quien participan sustancialmente.
¡Pero no me preguntes por los misterios del Más Allá!
Pues si te has unido a la luz,
ella misma te enseñará todo,
todo te lo descubrirá
y te mostrará cuantas cosas
importa que tú aprendas.
Pues de otra manera es imposible
que aprendas con palabras los misterios de allá arriba.
Gloria al Señor por los siglos.
Amén.»

San Simeón el Nuevo Teólogo

«Es preciso saber que Dios está presente en todo momento en el hombre bueno y que hay un Algo en el alma en la que Dios mora. También hay un Algo por lo que el alma vive en Dios, pero cuando el alma se concentra en las cosas exteriores, ese Algo muere y, por tanto, Dios muere, en cuanto a aquella alma…
El Padre habla por medio de este noble agente (el Algo) y dice a su unigénito Hijo: ‘Joven, a ti te hablo, levántate’. De ese modo Dios – y la unidad de Dios con el alma – es tan completa que parece increíble, puesto que Él es tan elevado que supera el alcance de la misma inteligencia. Este agente, empero, llega más lejos que el cielo, sí, más lejos que los ángeles… Deseamos llegar lejos -inconcebiblemente lejos- y, sin embargo, descubrimos que todo cuanto hay para comprender o desear no es aún Dios, pero que allí donde la mente y el deseo tocan a su fin, en esa oscuridad, Dios brilla.«

Maestro Eckhart

«La Esposa recibe entonces a Dios en lo más íntimo del corazón por medio de un don especial, descendiendo del cielo, y al instante posee a Aquel que desea, no en figura definida, sino oscuramente infundido, no apareciendo con claridad, sino haciendo sentir su presencia y provocando un gozo tanto más intenso cuanto esta presencia es secreta y no se manifesta externamente. El Verbo no llega produciendo algún sonido, sino penetrando; no habla sino que actúa en el alma; no hiere los oídos sino que halaga el corazón. Es un Rostro sin forma, pero imprime una forma en el alma; no deslumbra los ojos del cuerpo, pero regocija el corazón.»

San Bernardo de Claraval

«Ésta es la morada de Dios en nosotros. Sólo Dios puede actuar en ella. Su pureza es eterna. En ella no hay tiempo ni lugar, antes ni después. Siempre está presente y dispuesta a mostrarse a las puras inteligencias que se elevan hasta allí donde todos somos uno, viviendo en Dios y Dios en nosotros. El eterno Uno está siempre límpido y abierto a los ojos inteligentes en su vuelta a la pureza de la inteligencia.
Allí el aire es puro y limpio, iluminado con luz divina. Allí hay comprensión, mirada y contemplación de la eterna verdad con ojos transformados e iluminados. Allí todas las cosas se transforman. Son una sola Verdad y una sola Imagen en el espejo de Sabiduría de Dios. Dios nos ha creado para que podamos encontrar, conocer y poseer esta imagen en nuestra esencia y en la pureza de nuestra mente. Tendremos una vida contemplativa si vemos y practicamos eso en la luz divina con ojos simples e inteligentes.»

Ruysbroeck