«Una pulga tal como es en Dios es superior al más excelso de los ángeles tal como es en sí mismo»
Meister Eckhart.
Nicolás de Cusa en su brillante tratado «Acerca de lo no-otro» (De li Non Aliud), también conocido como «Guía del que especula» (Directio Speculantis), nos plantea una profunda y sorprendente reflexión de la que intentaremos extraer algunas consecuencias que consideramos relevantes.
En primer lugar, nos explica que aquello que nos hace saber o conocer algo, es la definición, es decir, el enunciado o razón de la cosa. La definición, en efecto, establece los límites de aquello que define diferenciándolo de todo lo demás, esto es, enmarcando su carácter distintivo para expresar su propia quididad. Ahora bien, a partir de aquí, puede inferirse que, de haber una definición que defina o limite a todo, también ésta debe limitarse a sí misma, puesto que a nada podría excluir; y en esa limitación de lo que a todo limita se llega a que esta definición, necesariamente, debe ser no otro que lo definido. Y es justamente en esta última expresión donde la misma puede ser encontrada. «No-otro» es, en efecto, la definición que a sí misma y a todo define; y es así como podemos decir, a modo de ejemplo, que «el cielo es no otro que cielo» o, en forma más genérica, que «lo otro es no otro que otro». Pues bien, siendo lo no-otro anterior a todo lo que puede ser conocido, y considerando la identificación clásica entre el ser y el conocer, la conceptualización desde la que parte el juego ligüístico desarrollado por el cusano puede ser elevada hasta un nivel metafísico, pues «no teniendo lo principiado nada de por sí, sino que todo lo que es lo tiene por el principio, es efectivamente el principio su razón de ser o definición» [1]; en otras palabras, lo no-otro es la manera más precisa de significar, de modo enigmático, al Principio Supremo, porque «el significado de li no-otro no sólo nos sirve como camino hacia el principio, sino que representa más cercanamente al innombrable nombre de Dios, de modo que en este nombre, como en un enigma más preciso reluzca para los que lo inquieren» [2]. Este Principio, lo no-otro, en su trascendencia, está por encima de toda alteridad, puesto que es una negación de la misma, es decir, de lo otro, supera la coincidencia de los opuestos e incluso es anterior a lo Uno, pues «siendo lo uno no otro que lo uno, es otro del mismo no-otro. Por lo tanto, lo no-otro es más simple que lo uno, obteniendo del mismo no-otro que sea lo uno y no a la inversa» [3]. Mientras que, en su inmanencia, vemos que el Principio en lo otro es no otro que otro, porque «ni es otro, no otro de otro, ni tampoco es en otro otro no por alguna otra razón que porque es no-otro, que de ningún modo puede ser otro, como si a ello le faltara algo, tal como los otros» [4], es decir, Dios, en tanto que no-otro, es otro en lo otro y todo en todo. Este es, grosso modo, el planteo central de la obra.
Ahora bien, esto nos permite comprender mejor la íntima relación entre el Principio y los seres creados, pues la singularidad de cada criatura estará determinada por la participación de lo no-otro en la alteridad, es decir, cada cosa, por definición, será idéntica a sí misma y diferente de las demás, por eso el cusano señala que, en lo que respecta a la igualdad, «el cielo es no otro que cielo», pero a la vez, en su diferenciación, «es otro de lo no-cielo»; por lo que, apoyándonos en esto, deducimos, en el caso de un ser particular, que el razonamiento debería ser el siguiente: Juan es no otro que Juan, pero a su vez es otro de Pedro o de Pablo, es decir, es otro del resto de los individuos diferentes de Juan. La singularidad de cada individuo será, por lo tanto, una conjunción entre la identidad y la alteridad que estará definida por las limitaciones inherentes a su naturaleza y a las diferencias respecto de lo otro.
Asimismo, para una cierta cosa determinada, sabemos que la materia, que es el principio de individuación de la sustancia y en sí misma es indeterminada, necesita de la forma, reflejo de la forma de las formas, para ser y para ser conocida, para pasar de la posibilidad al acto, pues al ser definida o determinada por la forma específica, la sustancia sensible adquiere su ser actual. Lo que antecede al ser, entonces, no es conocido o comprensible en sí mismo, a menos que se lo llegue a comprender incomprehensiblemente, es decir, por encima de todo modo o nivel cognoscitivo. En palabras del cusano:
«La forma da el ser y el ser conocido; por ello, lo que no está formado porque precede o sigue , no es comprendido, como Dios, y la hyle y la nada y tales.
Cuando con la visión de la mente alcanzamos aquellos, alcanzamos por sobre o fuera de la comprensión; pero no pudiendo comunicar la visión sin la palabra, no podemos explicar lo que no es sin el término «ser», porque de otro modo los que oyen no comprenderían. De donde estas visiones de la mente así como son por sobre la comprensión, así también son por sobre la expresión» [5]
Unas líneas más adelante nos da la clave para recorrer el camino que conduce especulativamente hasta la visión de la mente o intuición intelectual:
«Por lo tanto conviene que el que especula opere, como opera el que ve la nieve a través de un vidrio rojo, el cual ve la nieve y atribuye la apariencia del rojo no a la nieve sino al vidrio; de la misma manera opera la mente: por medio de la forma ve lo no-formado.» [6]
En el despliegue uni-trino de su autodefinición, lo no-otro, que es no otro que no-otro, da origen a la creación, es decir, le otorga el ser a todas las criaturas estableciendo las reglas del lenguaje divino en el que puede expresar y manifestar secretamente la propia incognoscibilidad para reconocerse a Sí mismo.
«Si, por lo tanto, ves que la voluntad es lo no-otro mismo, ves que ella es la razón, la sabiduría, el orden, no es otro de éstos; y de este modo ves que con aquella voluntad todo es determinado, es causado, es ordenado, es consolidado, es estabilizado y conservado, y que en el universo reluce la voluntad como en su columna la de Trajano, en la que está la sabiduría y también la potencia. Pues queriendo Trajano mostrar a sus sucesores su gloria, la cual no pudo ser mostrada sino en un enigma sensible con elementos sensibles con los cuales fue imposible exhibir la presencia de su gloria.» [7]
Consecuentemente, el ser individual, determinado, puede tomar las limitaciones correspondientes a su estado humano y las establecidas por su interacción con el mundo, es decir, con la «otredad», no como un obstáculo para su realización espiritual, sino como el soporte y punto de partida necesario para elevarse hasta el conocimiento de la verdad principial que trasciende, inaprehensiblemente, todas las formas. Por lo tanto cabría preguntarse si esta individualidad merece ser vista como una pura ilusión o, en última instancia, como un adversario maligno que debe ser aniquilado en el combate interior, tal como en muchos textos tradicionales se insiste. La respuesta será incontestablemente afirmativa si ésta es comprendida tal como es en sí misma, como ego, es decir, como algo que, ilusoriamente, en una subversión que bien podríamos calificar de «diabólica», cree tener la autosuficiencia para definirse o determinarse a sí mismo independientemente y separado del Principio, es decir, de lo no-otro, pues sólo podría definirse como un «otro», sin identidad, en relación a «otros», a los que siempre verá como extraños; por lo cual, estará inevitablemente coaccionado por los condicionamientos e influencias externas impuestas por una alteridad con la que no podría relacionarse efectivamente sin anular al mismo tiempo su propia singularidad. Eso sí es el «adversario»; lo que está sujeto al devenir pero no participa del Ser, la ilusión de la separatividad. En cambio, esto es diferente cuando la individualidad se comprende como definida en el proceso por el que lo no-otro se conoce a Sí mismo, porque si decimos que el individuo es no otro que sí mismo, la singularidad esencial de éste, que necesariamente presupone lo no-otro, es preservada en la conciencia, en cualquier grado que sea, de su propia ecceidad, y, lejos de ser una ilusión, esta individualidad humana se verá elevada a la categoría de símbolo, representación de Aquello que no admite representación alguna; será, pues, el puente que se tiende entre el límite y lo ilimitado, entre lo otro y lo no-otro. Es así como el «Conócete a ti mismo» del templo de Delfos adquiere un sentido liberado de toda abstracción. Con estas consideraciones no creemos estar desviándonos de lo propuesto por el cusano, pues él mismo explica que, así como lo finito no puede oponerse a lo Infinito, porque lo estaría limitando, lo otro no puede oponerse a lo no-otro, porque «Dios, por su parte, porque es no-otro de otro, no es otro, aunque no-otro y otro parezcan oponerse; pero no se opone otro al mismo de quien tiene el que sea otro» [8]; y además, remarca con increíble elocuencia que «la creatura es la manifestación de mismo creador que se define a sí mismo; de la luz, que es Dios, que se manifiesta a sí mismo; como si fuera la exhibición de la mente que se define a sí misma» [9].
En este mismo sentido, algo similar había sido expuesto en «La Docta Ignorancia», donde se nos dice que «toda criatura, en cuanto tal, es perfecta, aunque parezca menos perfecta con relación a otra. El piadosísimo Dios comunica y es recibido sin diversidad ni envidia de modo que las cosas contingentes no necesitan ser recibidas por otro ni de otra forma, todo ser creado se aquieta en su perfección, la cual tiene del ser divino liberalmente, sin desear ningún otro ser creado como más perfecto, sino esforzándose en conservar y perfeccionar incorruptiblemente, casi con una especie de fuerza divina, el que tiene, dado por el máximo» [10]. Entonces, la búsqueda del Absoluto partiendo de la contemplación de las formas que recorren las páginas el Libro del Mundo, lo que se conoce en occidente como contemplatio naturalis, será una imagen de la actividad divina manifestada en la creación del cosmos, pues la mente o espíritu individual, que es imagen del Espíritu, «por su virtud llega a todo, todo lo escudriña, y crea las nociones de todo y las semejanzas. Crea, digo, porque las semejanzas nocionales de las cosas no las hace de algo otro, como tampoco el espíritu, que es Dios, hace las quididades de las cosas de otro, sino de sí o de no-otro. Por lo cual así como Él no es otro de algo creable, así tampoco la mente es otro de algo inteligible por ella misma» [11]. Midiendo, pues, con las cosas inteligibles su propio inteligir, encuentra la medida de sí misma.
Pero el ascenso intelectual no es un mero discurrir dialéctico que deba agotar analíticamente una progresión indefinida que, por su propia naturaleza, no sería menos que inalcanzable, «pues propiamente no se busca el principio el cual siempre antecede a lo buscado y sin el cual lo buscado de ninguna manera puede ser buscado» [12], es decir que la luz invisible que se busca no es otra que la luz que permite la visión en el ojo del buscador; es ella misma el principio, el medio y el fin de lo buscado, es decir, lo no-otro resplandece en el propio acto intelectivo en el que el individuo se está conociendo a sí mismo.
«Ahora, ciertamente, ves bien y claramente con la mente que lo no-otro mismo en todo conocimiento se presupone y es conocido. Y que lo conocido no es otro de ello mismo, sino que es lo desconocido mismo que resplandece en lo conocido cognoscitivamente, a la manera como la claridad del sol sensiblemente invisible reluce visiblemente de modo variado en nubes diversas en los colores visibles del arcoiris.» [13]
Es en la actividad misma del pensamiento que busca elevarse más allá de su horizonte especulativo procurando conformarse a la voluntad creadora de Dios -recordemos que para Nicolás la mente es una viva imago dei que se asimila indefinidamente al ejemplar inaccesible- donde el hombre puede vislumbrar, como en un espejo viviente, el reflejo de su rostro divino, ya que «no es posible que algo pueda llegar al pensamiento del hombre sin no-otro mismo, por cuanto es el pensamiento de los pensamientos« [14]; o sea, lo no-otro mismo no es sino el «pensamiento que se piensa a sí mismo». [15]
La individualidad es así trascendida en su condición creatural, pero conservada y exaltada como Personalidad esencial, pues ya no es vista como es en sí misma, sino tal como es en lo no-otro; y así como lo no-otro en lo otro es no otro que otro, cuando lo otro es visto en lo no-otro, no se ve que sea otro sino lo no-otro, porque es imposible que en no-otro sea otro, es decir, el Absoluto no podría estar de ningún modo limitado o condicionado por la alteridad en la que es participado: «si alguien me preguntara qué es otro en no-otro, diría que es no-otro» [16]. Lo otro, tal como es en lo no-otro, es no otro que no-otro; el hombre, tal como es en Dios, no es diferente de Dios.
[1] Nicolás de Cusa, «Acerca de lo no-otro o de la definición que todo lo define» , Ed. Biblos, Buenos Aires, Argentina, 1º ed. 2008, traducido por: Jorge Machetta y Claudia D’Amico.
[2] Ibídem
[3] Ibídem
[4] Ibídem
[5] Ibídem
[6] Ibídem
[7] Ibídem
[8] Ibídem
[9] Ibídem
[10] Nicolás de Cusa, «La docta ignorancia», ed Orbis, Buenos Aires, Argentina, 1984, traducción del latín, prólogo y notas de Manuel Fuentes Benot.
[11] Nicolás de Cusa, «Acerca de lo no-otro o de la definición que todo lo define», Ed. Biblos, Buenos Aires, Argentina, 1º ed. 2008, traducido por: Jorge Machetta y Claudia D’Amico.
[12] Ibídem
[13] Ibídem
[14] Ibídem
[15] Ibídem
[16] Ibídem
10 comentarios
Comments feed for this article
enero 21, 2011 a 11:02 am
Pola
Querido V.,
Me ha encantado tu escrito pues, más allá de dar a conocer el pensamiento del cusano y lograr sintetizar aquí la temática de una obra compleja, me parece fundamental lo que propones, llamando la atención sobre la importancia de no relegar la individualidad sólo a lo más superficial y contingente de sí misma, olvidando precisamente lo que estamos llamados a recordar.
Entendida como símbolo el alma humana deberá tener cuanto menos un sentido doble: por una parte, en su sentido inferior es el “adversario”, el nafs de la tradición islámica, el ego como aquello que nos separa de nuestro verdadero Sí, el ídolo que debe ser destruído, que se tiene por independiente y que trata de usurpar su lugar a Aquel que debe vivir en nosotros. Pero no debemos olvidar su sentido más elevado, que será tanto o más importante, porque abre la vía de retorno al hacernos comprender que el alma es imagen del Alma:
“El reflejo del sol en el espejo está en el sol” (Eckhart)
Y esta frase trae, como un destello, la impresión de que hay una vía recta, que nada obstaculiza, entre nosotros y Aquel de quien somos reflejo. Y sabemos que esto es así, pues si no lo fuera ni siquiera existiríamos. Queda que la superficie del espejo se haga capaz de la Imagen que debe reflejar si queremos conocer nuestro rostro como es en Sí, como es en Dios. Como una obra de Arte, el ser será tanto más lo que debe ser cuanto más fielmente represente la Idea, la palabra concebida por el Intelecto que le da la existencia; su rostro en el espejo de la Eternidad.
“Dios jamás ha hablado sino una única palabra”, “En esta única palabra habló todas las cosas”, “pues la palabra del Padre es su comprensión de sí mismo” (Eckhart)
Dices en tu escrito: “pues la mente o espíritu individual, que es imagen del Espíritu, ‘por su virtud llega a todo, todo lo escudriña, y crea las nociones de todo y las semejanzas. Crea, digo, porque las semejanzas nocionales de las cosas no las hace de algo otro, como tampoco el espíritu, que es Dios, hace las quididades de las cosas de otro, sino de sí o de no-otro. Por lo cual así como Él no es otro de algo creable, así tampoco la mente es otro de algo inteligible por ella misma’ . Midiendo, pues, con las cosas inteligibles su propio inteligir, encuentra la medida de sí misma.»
Este fragmento me recordó esta otra cita del Maestro Eckhart:
«Todas las criaturas entran dentro de mi mente y son racionales en mí. Yo sólo preparo a todas las criaturas para volver a Dios.»
Si el intelecto humano es imagen del Intelecto divino, y la mente no es diferente de lo que intelige, cuando las cosas son conocidas por el intelecto, éstas son “convertidas” a la “materia” del intelecto (se devuelven a su Principio), pues allí son las nociones de las cosas quienes viven, sus arquetipos. Así en el operar de la mente, en el conocimiento verdadero de las cosas, éstas se “preparan para volver a Dios” al concebirse en la misma manera que Él las concibe y son en Él, es decir, por medio de Su Intelecto. Y es Su Intelecto quien actúa aquí desde nuestro interior, pues es la Luz de nuestra inteligencia, aquella que nos hace ver y que es vista en todo lo que existe, que la recibe en el modo que le es propio, a la manera como los colores que percibimos en las cosas son debidos a la forma en que éstas reflejan la luz incolora. En el intelecto las cosas no son de un color, son la Luz misma y “uno deviene a ser justamente de tal manera como eso en lo que la mente está puesta.” (Maitri Upanishad)
Gracias por compartir tus meditaciones, querido V. Excelente escrito. 🙂
Un abrazo muy, muy fuerte.
enero 31, 2011 a 4:06 am
Sahaquiel
Querida Pola: Muchas gracias por compartir tus reflexiones y esas citas tan bellas y deslumbrantes. Con respecto a la operación intelectiva de la mente (o espíritu individual) por la que las cosas, comprendidas en sus nociones o arquetipos, son devueltas al Principio, concibiendo del mismo modo en que Él da origen a la creación y le otorga el ser a las criaturas, es importante recordar que el Verbo, «por quien todo ha sido hecho», también es llamado en las Escrituras, en tanto que Hijo de Dios, Emmanuel, esto es, «Dios con nosotros» o, mejor aún, «Dios en nosotros»; pues el Verbo divino incorruptible es, como diría el cusano, la causa de todo verbo mental; y si las nociones creadas por la mente no son diferentes de ella, es porque complica en sí misma una imagen del Cosmos que debe ser reintegrada en toda su plenitud. Por eso, puesto que el Templo es un símbolo del universo, San Pablo nos dice: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (Corintios 3: 16). En ese aspecto, comprendiendo, no ya a la congregación de fieles, sino a cada individuo particular como «Templo divino», Jean Hani explica:
«El Corpus mysticum es la congregación de los creyentes, la Iglesia toda y el Templo por excelencia. Pero puesto que Él se ha hecho todo en todos, cada creyente es también ese Templo: ‘Sois el Templo de Dios vivo’ (II Cor. 6, 16). ‘Como este edificio visible, dice San Agustín, ha sido hecho para reunirnos corporalmente, así ese otro edificio que somos nosotros mismos se ha cosntruido para que Dios habite en él espiritualmente…. El edificio visible es dedicado hoy ante nuestros ojos, el otro lo será al fin de los siglos, cuando la venida del Señor, cueando nuestro cuerpo corruptible revista la incorruptibilidad.'»
Más adelante, y recordando el sentido general del simbolismo del Templo, el mismo autor añade:
«Así, todo hombre es el templo de Dios por participación en el Hombre-Dios, en la medida en que realiza en sí mismo la Divina Presencia. Y comprenderemos ahora mejor lo que habíamos dicho antes a propósito de la función del templo. Si éste es la imagen del cosmos y la imagen del hombre microcosmo, lo es porque este último, para realizar su vocación espiritual, para efectuar su retorno a Dios, debe recapitular e integrar en un ‘hogar’ simbólico todos los elementos del mundo visible y los elementos correspondientes que hay en sí mismo, a fin de superarlos ‘sacrificándolos’ a Dios, con objeto de pasar ‘de este mundo al Padre’. En cuanto imagen matemática del universo y en cuanto imagen del Cuerpo de Cristo, el templo constituye la fijación de la presencia espiritual en un soporte material; simboliza así el proceso del descenso de Dios al hombre, la fijación de la influencia espiritual en la conciencia corporal.»
Un abrazo muy, muy fuerte, querida Pola.
V.
enero 21, 2011 a 6:17 pm
Samuel
Habláis como iluminados eruditos con palabras y citas que, como el bosque, amenazan con perderte entre los árboles y la maleza. ¿Pero entonces en qué consiste el trabajo iniciático?
enero 31, 2011 a 4:16 am
Sahaquiel
Samuel: aquí no se intenta hacer alardes de nada, es simplemente un modesto intento de ampliar, especulativamente, el horizonte de nuestra búsqueda. Por otro lado, en lo que respecta al trabajo iniciático, más allá de la respuesta que te ha dado Máximo sobre el sentido fundamental del mismo, no creemos poder decir mucho más, pues no somos quiénes ni tenemos autoridad como para dar indicaciones concretas sobre dicho trabajo; tampoco es el objetivo del blog.
Saludos.
febrero 8, 2022 a 3:02 am
María Sosa
Gracias.
Llegue a está página porque ayer por la noche escribí algo, podría decir que el acto de escribir para mi es como dar alas a mi alma encarnada, es escuchar y estar en sintonía con la voz de la luz que me llama y me invita a casa.
Hoy por la mañana leí una publicación de una persona a la que sigo en instagram (si gustan que comparta su perfil pueden hacerme saber). De todo lo que leí dos palabras me trajeron a este blog «Imaginatio Vera».
Escribir, para mi es converger a ese punto de unidad, de armonía, de amor, gracia.
Muchas gracias.
enero 26, 2011 a 1:44 am
Máximo
En principio celebro que haya gente, como Sahaquiel y Pola y estimo que otros, aunque sospecho que no son muchos, dispuesta a rescatar el significado trascendente de la individualidad, en contra de la tendencia a menospreciarla en nombre de nociones universales abstractas -y malentendidas- como el infinito, absoluto, Dios, el Principio, etc.
Pues en ese menosprecio de la individualidad, por un lado se reduce la individualidad a lo puro empírico (al individuo identificado a su cuerpo, su ego y su identidad psicológica y social) y por otro lado se concibe lo universal como una sustancia o entidad uniforme cuya identidad consigo misma excluye las diferencias.
La primera asimilación desconoce la dimensión trascendente de la individualidad (sin la cual esta última no existiría o no sería humana) y la segunda hace del absoluto una abstracción vacía.
Teniendo en cuenta ambos errores, solidarios ellos, sea concientemente o no, de la venenosa y pestilente tendencia a colectivizar al hombre, teniendo en cuenta eso, decía, me parece muy interesante la idea Cusana del no-otro y la exposición de Sahaquiel sobre el tema.
Por lo demás, y retomando la crítica de Samuel (aclaro que no avalo su ironía, aunque sí escucho su pregunta) creo que es importante entender que existen distintas vías…
La de Cusa es una vía a la que cabe llamar ‘especulativa’ en el mejor sentido de la palabra. Pues Cusa dialogaba, entre otras cosas, con medio teológico y con una tradición filosófica que incluía, como autoridad intelectual, al aristotelismo.
Sin entender la necesidad de Cusa de resolver las aporías que derivan de la lógica aristotélica cuando se piensa la relación entre el principio (absoluto y uno) y las criaturas (relativas y muchas), sin enteder esa herencia y ese contexto cultural, no se entiende tampoco el valor de su esfuerzo especulativo; ni el porqué de muchos de sus argumentos.
Pero hay otras vías, lo cual supone otros contextos, por ejemplo: la de los visionarios para quienes la trascendencia de la invididualidad no es objeto de una aproximación teórica sino de una experiencia epifánica… (Corbin se ha explayado mucho sobre eso así que lo mejor es remitir a sus libros).
O también la vía iniciática que también remite a la individualidad trascendente pero tampoco lo hace de modo especulativo sino por la experiencia simbólica de la palingenesia.
Pues la palingenesia, si es genuina, es EXACTAMENTE ESO: la muerte de la individualidad empírica y el ‘renacimiento’ de la individualidad trascendente.
Lo cierto es que esos caminos ( y otros como el del arte) no son exluyentes, sólo son distintos…
Pero lo distinto es justamente lo que más les cuesta a quienes aspiran, se den cuenta o no, a disolverse o bien en la abstracción de un Uno carente de vida o, peor todavía, en la inmunda uniformidad de lo colectivo donde la individualidad no es trascendida sino sofocada …
Abrazo y felicitaciones a Sahaquiel y Pola
enero 31, 2011 a 4:07 am
Sahaquiel
Máximo: Muchas gracias por tu comentario y por tan amables palabras. Ciertamente, la cuestión de la individualidad es un tema delicado y, en el contexto de un trabajo espiritual, el menosprecio de la misma, sin reconocer su dimensión trascendente, es solidario de la comprensión del mundo como pura ilusión, pues en ambos casos se está rechazando lo que podría ser precisamente el soporte y punto de partida de toda realización posterior.
Para continuar con este tema, no estará de más citar a Ibn Arabi, el maestro de murcia, quien habla de la relación entre el ego (nafs) y el Alma empleando imágenes que abren una perspectiva muy sugerente, pues nos dice que «el alma y el ego son esposo y esposa. Cuando el esposo llama a la esposa y ella no responde la gente dice: ‘¿Qué pasa con tu esposa que no viene a ti?'»
Al producirse la ‘separación’ entre ambos, la individualidad en su aspecto inferior se convierte en el «Ego que ordena el mal» (así es como está traducido y desconozco la expresión original), y toma posesión de su reino, es decir, de su mente y de todas sus facultades cognoscitivas. Cuando el alma, o sea, el esposo ve que por sí solo no puede recuperar su reino, decide rogar por la misericordia de su Señor. Entonces:
«Cuando el representante de Dios, el alma, se vuelve hacia su Señor pidiéndole ayuda, el Señor se convierte en mediador entr el alma y el ego. Entonces el ego se abstiene de lograr un control total del reino humano.
El Señor le dice: ¡Oh Ego Sereno, retorna a Mí, complacido Conmigo; Yo estoy complacido contigo. Entra en Mi Paraíso, entre Mis siervos a los que amo’. Respondiendo a esta llamada, tanto el ego como el alma inclinan sus cabezas en sumisión, satisfechos con la aprobación divina. Ahora que todas las diferencias han desaparecido, por fin se reúnen de nuevo. El ego sereno a quien el Señor se dirige es esta existencia conjunta del alma y el ego, en armonía y paz, complacidos con su Señor y el Señor complacido con ellos.»
Te agradezco también por la inspiración; pues, es menester decirlo, tus escritos sobre el tema han sido en parte el motor de estas modestas reflexiones.
Un fuerte abrazo!
V.
enero 31, 2011 a 9:53 pm
Máximo
Concuerdo en todo contigo Sahaquiel. Y, dicho sea de paso, las enseñanzas del Sheij Arabi ponen en un contexto profundo el sentido de la sumisión como aquella que corresponde al ‘alma pacificada’.
Es interesante que la palabra Islam remita tanto a paz como a sumisión; pero no debería sorprendernos si comprendemos que la sumisión no es el sometimiento a un amo exterior (ya sea empírico o metafísico) sino la vuelta a la raíz…
Un budista que conocí, y que había llegado a probar la pulpa de ese camino y no sólo su corteza, decía que sin el ego no podríamos volver a casa…
Como verás, de otro modo, la misma idea.
Un abrazo
febrero 3, 2011 a 2:30 am
carlos
Un gusto haberme encontrado con este blog! felicito a su creador que si no me equivoco es Sahaquiel. Son pocas las personas y menos aún los blogs hoy en día que se aproximan al estudio de la “espiritualidad tradicional” de la mano de autores contemporáneos como Guenon y Coomaraswamy, a los cuales admiro enormemente. Así mismo las participaciones de Máximo y Pola me han parecido un complemento perfecto… larga vida al blog!
Sobre el presente post Sahaquiel, impecable la exposición que haces del tratado de Nicolas Cusa, dilucidando hábilmente las ideas cusanas de lo otro y lo no-otro. Ciertamente que la individualidad puede constituir tanto un obstáculo como un soporte simbólico para la realización espiritual, dependerá, supongo, de cómo comprenda el hombre su propio estado individual. Ya sea lo haga influenciado por una mentalidad cartesiana que lo conduzca al encarcelamiento sistemático de su percepción sensorial o ya sea lo haga influenciado por una mentalidad subordinada y abierta al “intelecto intuitivo” que le haga recordar (amnémesis) su verdadero Ser. El truco está, creo yo, en no identificarse con el vehículo psicosomático de nuestra manifestación individual y saberse re-conocer en todo momento como lo que uno ES en realidad… infinito… pero sin olvidar que nos encontramos “actuando” transitoriamente en este mundo…!
Me gustaría dejar un fragmento extraído de la obra “El simbolismo de la Cruz” de Rene Guenon y que muestra con ejemplos sacados del Bagabad Ghita y el Upanishad, seguramente ya conocidos, cómo deberían coexistir sin identificarse el “yo” individual y el “Sí mismo” incondiciondo:
“Krishna y Arjuna, que representan respectivamente el «Sí mismo» y el «yo», o la «personalidad» y la «individualidad», Atmâ incondicionado y jivâtmâ, están montados sobre un mismo carro, que es el «vehículo» del ser considerado en su estado de manifestación; y, mientras que Arjuna combate, Krishna conduce el carro sin combatir, es decir, sin estar él mismo comprometido en la acción. Otros símbolos que tienen la misma significación pero esta vez sacados de los textos de las Upanishad: Los «dos pájaros que residen sobre un mismo árbol; uno come el fruto del árbol, el otro mira sin comer» (Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 1er Khanda, sh-ruti 1; Shwêtâshwatara Upanishad, 4º Adhyâya, shruti 6)
y también los «dos que han entrado en la caverna» (Katha Upanishad, 1er adhyâya, 3er Vallî, shruti 1); la «caverna» no es otra que la cavidad del corazón, que representa precisamente el lugar de la unión de lo individual con lo Universal, o del «yo» con el «Sí mismo». El-Hallâj dice en el mismo sentido: «Somos dos espíritus conjuntos en un mismo cuerpo» (nahnu ruhâni halalnâ badana).
saludos
carlos
febrero 4, 2011 a 5:00 am
Sahaquiel
Estimado Carlos: en primer lugar quiero agradecerte por tus cordiales palabras de felicitación; me alegra que lo que se expone en este espacio resulte de tu interés. Este blog no me pertenece sólo a mí, sino que es compartido por otras dos personas, Pola y M., quienes, como podrás ver, también publican aquí.
Me parece muy apropiado el fragmento que compartes, pues la imagen de Krishna y Arjuna, como representaciones del Sí mismo y del yo, respectivamente, ilustra con mucha claridad la cuestión central que aquí se intenta desarrollar; pues, precisamente, lo que no debemos perder de vista es que es Arjuna, es decir, la “individualidad”, quien debe realizar el combate, el combate espiritual que de ningún modo puede ser eludido. De otro modo, por mucho que se repitan fórmulas como “Eso eres tú” (Tat tvam asi), sin superar las típicas trampas de la dialéctica racionalista, nunca se podrá alcanzar la realización efectiva de aquello que se conserva como un saber puramente teórico. El camino del individuo es ascendente, de abajo hacia arriba, recíprocamente al descenso de la Gracia divina; por eso la Obra, el trabajo espiritual, ha de ser efectuado partiendo de este mundo y en este tiempo, que no son sólo “cárceles” o ilusiones, sino también los soportes necesarios que nos permiten trascender los propios condicionamientos. Como diría Boecio: “Triunfad sobre la tierra, que en el cielo veréis la recompensa”
Aprovecho para dejar aquí los versos de Hallâj en los que aparece la frase citada por Guénon, ya que son una síntesis perfecta del misterio de la bi-unidad y de la individualidad que ha sido trascendida para ser vista tal como es en lo no-otro:
“¡Me he tornado Aquél que amo y Aquél que amo se ha convertido en mí mismo! ¡Somos dos espíritus fundidos en un (solo) cuerpo!
Así, verme es verlo y verlo es vernos”
Transcribo también un poema de Kabir, posiblemente inspirado en las imágenes de las Upanishad que mencionas (pues el hinduísmo no era una tradición desconocida para este poeta):
“Hay un árbol que crece sin raíz
y sin florecer da fruto.
Ni ramas ni hojas, en el árbol
dos pájaros cantan:
uno, el Maestro, y otro, el discípulo.
Toma el discípulo los múltiples frutos
y los prueba, y el Maestro
extasiado lo contempla.
Difíciles de entender las palabras de Kabir:
‘Más allá de toda búsqueda está el pájaro
y sin embargo es nítido, visible.
Lo informe está en todas las formas.
Yo canto la gracia de las formas.’”
Saludos y esperamos seguir contando con tus aportes.